Thursday, December 9, 2010

La Sangre De Cristo

Existen muchos cristianos que aún no entienden el poder de la Sangre de Cristo. No entienden su significado y la libertad que en ella existe.  Ni siquiera tienen la menor idea porque fue necesario ser derramada.  Repetimos la confesión de fe pero muchas veces sin entendimiento de lo que estamos diciendo. Se sobreentiende que el primer día que una persona recibe a Jesucristo como su Salvador no tenga ese entendimiento, pero es aún mucho después que aceptamos a Jesucristo como nuestro único Salvador que muchos cristianos carecemos de ese entendimiento.  Me atrevo a decir que si alguien nos preguntara de cual referencia bíblica nos basamos para la confesión de fe, no creo que muchos supiéramos.  Romanos 10: 9-10 nos dice “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levanto de los muertos, serás salvo.  Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”.  Lamentablemente la sangre de Cristo y el poder que hay en ella,  es un tema muy poco escudriñado o explicado en medio de nuestras reuniones santa.  
  La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado. Su sangre nos purifica y nos santifica.  Apocalipsis 1:5 apoya diciendo: “y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra.  Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre.” ¡Nos  lavó de nuestros pecados con Su sangre!  ¡No hay otra manera de lavar nuestros pecados, SOLO MEDIANTE LA SANGRE DE CRISTO!  La sangre de Cristo nos hace aceptos ante el Padre.  Ella nos  da entrada a la vida eterna.  Por Ella podemos entrar confiadamente, sin intermediario, al Lugar Santísimo.  Al Lugar Santísimo ¡donde mora la misma presencia de Dios!  
Cristo se ofreció a sí mismo para  reconciliar la relación entre el Padre y la humanidad.  Solo la sangre de Cristo fue aceptada, una vez y para siempre.  Fue aceptada como único holocausto y única expiación perfecta ante el Padre (Hebreos 7:25-27).  La sangre de animales lo único que hacía era cubrir el pecado.  Ella tenía que ofrecerse muchas veces para cubrir los pecados del pueblo. La Biblia nos dice que el Sumo Sacerdote entraba en el Lugar Santísimo cada ano con sangre ajena (de animales) para redimir los pecados del pueblo (Hebreos 9:25).  Cristo entro al Lugar Santísimo una vez y para siempre con su propia sangre como rescate por los pecados de la humanidad.   El no derramo sangre ajena.  Hebreos 9:28 nos afirma que la sangre de Cristo limpia a la humanidad de todos sus pecados una vez y para siempre.  
Recordemos un cantico cristiano que dice ‘La Sangre de Cristo tiene poder, tiene poder, tiene poder’ y repetimos el coro una y otra vez.  Lamentablemente, no creo que muchos entendemos lo que estamos cantando; la intensidad del poder de dichas palabras.  Penosamente muchos creyentes cantan sin entendimiento; solo siguiendo el coro o el cantante. Pero si es muy cierto que la Sangre de Cristo tiene poder, ¡Todo el Poder!  En Ella estamos guardamos para que satanás no nos encuentre.  Ella nos libra de la sentencia de una muerte eterna; por ella tenemos acceso directo al Padre y a la vida eterna.   Cuando El Padre nos mira, El ve la sangre de Su Hijo sobre nosotros.  La sangre de Cristo cubriéndonos.
 Cristo se presentó una sola vez y para siempre, sacrificándose a sí mismo, para quitar el pecado del hombre y redimirlo ante el Padre.   Ahora el hombre tiene acceso directo al Padre, pero es ¡solo por el sacrificio de Cristo en la cruz!  Por lo tanto no hay otro camino, forma, formula o estrategia para llegar al Padre.  El mismo Jesús dice en Juan 14:6 que Él es el Camino, la Verdad, y la Vida, y nadie viene al Padre si no es por El.
Cuando aceptamos a Cristo como nuestro único Señor y Salvador estamos reconociendo Su sangre como único acepto sacrificio por nuestros pecados ante el Padre. ¡Hay poder en esa aceptación y reconocimiento! ¡Ese no es cualquier reconocimiento!  ¡Es una aceptación que nos lleva a la vida eterna! Cuando reconocemos a Jesucristo como hijo de Dios y único Salvador de la humanidad, nuestra mente empieza aclarecerse y la revelación de La Palabra a efectuarse.   Comenzamos a entender que las obras no nos salvan de la muerte eterna ni redimen nuestros pecados.   Solo la obra redentora de Cristo, mediante el derramamiento de Su sangre,  pudo hacer esto posible.    “Es necesario nacer de nuevo” le dijo Jesús a Nicodemo (Juan 3).  Para nacer de nuevo era necesario que nuestra sangre fuera cambiada por la del Cordero acepto, Jesucristo.  En la sangre esta la vida. Sin un cambio de sangre en nuestro cuerpo no hubiéramos podido nacer de nuevo.  Si nuestra sangre no hubiese sido cambiada, entonces no hubiese surgido un nuevo nacimiento.  La sangre de Cristo corre por nuestro cuerpo.   Dios Padre le dijo a Caín en Génesis  4:10, cuando Caín mato Abel, “y él le dijo: ¿qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mi desde la tierra”.  La tierra gime la sangre de los inocentes,  ¿quiénes son los inocentes sino el cuerpo de Cristo? Isaías también comenta “Sus pies corren al mal, se apresuran para derramar la sangre inocente…” (59:7).  En el momento que aceptamos la sangre de Cristo, inmediatamente surge la cirugía en los cielos.  Cuando el nacimiento se está efectuando en los cielos, simultáneamente se está efectuando en la tierra. Por medio de la sangre de Cristo nos convertimos en hijos de Dios y coherederos con Cristo, ¡que privilegio!
Somos salvos por la Gracia de Dios en Cristo Jesús.  La Gracia de Dios nos cedió a Su Hijo Jesucristo. 1 Juan 4:9-10 nos dice "En esto se mostro el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envio a su Hijo unigenito al mundo, para que vivamos por el.  En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo a nosotros, y envio a su Hijo en propiciacion por nuestros pecados."  La Gracia es un favor inmerecido, pero no solo un favor inmerecido sino también Poder para triunfar ante la adversidad, la debilidad y el pecado. La Gracia no es una excusa a seguir pecando, es más bien “el poder del Espíritu Santo para conquistar”.

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