“BENDICE, alma mía á Jehová; Y bendigan todas mis entrañas su santo nombre.2 Bendice, alma mía, á Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios.3 Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias;4 El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias;5 El que sacia de bien tu boca De modo que te rejuvenezcas como el águila”
(Salmos 103:1-5).
Alma mía gózate en tu Creador; dale gracias por tu creación. Todo lo que eres se lo debes a Él. El envió a Su Hijo para que tu vivieras eternamente, ya que tu padre terrenal (Adam) se revelo en el Paraíso creado para ti. Jesucristo tomo tu lugar en la Cruz del Calvario para que tú ahora vivas y tengas acceso y residencia con tu Creador. Alma mía, no seas rebelde. No desee las cosas de este Mundo, ya que es un lugar temporario hasta que regreses a los brazos de tu Padre Celestial. El rey David se gozaba en Dios, él deseaba estar en los atrios de la Casa de Dios; en el Templo, en todo lugar donde moraba su Padre Celestial. Para David, un día en la Casa de Dios era mejor que muchos tesoros. David reconoció la importancia de su Alma, y como esta podía corromperse fácilmente, entreteniéndose en los deseos de su carne. El experimento el desvío causado por el deseo del Alma al desear la mujer de uno de sus mejores guerreros, hasta al punto de planear su muerte. Por lo tanto, el rey David se aseguraba de mantenerla en chequeo, así evitando otra reincidencia. David hablaba a su Alma como si estuviera hablando con una persona.
El hombre está compuesto de tres partes, o segmentos: Alma Cuerpo y Espíritu (no Espíritu Santo). Cada parte juega un papel en la formación del hombre. En lenguaje figurado, el cuerpo serio el cascaron o caparazón del Alma. Esta es activada por el espíritu (soplo de Dios al hombre). El Alma es la que guarda las emociones y sentimientos del hombre. Algunos le llaman la mente, ya que acumula pensamientos y toma decisiones. El espíritu del hombre (soplo de Dios) es la que mantiene el Alma y el Cuerpo en comunicación. El espíritu es el que se comunica con Dios. A veces, estos se unen y no quieren escuchar el espíritu, el cual está recibiendo mensajes del Espíritu de Dios, siguiendo los deseos y emociones del Alma. Por consiguiente, terminan en pecado o rebeldía contra Dios.
Del Alma surgen los pleitos, egoísmos, envidias, celos, y todos los deseos de la carne que desobedecen y desagradan a Dios. El rey David recibió esta revelación y se aseguraba de hablarle a su Alma para que se recordara de su Creador. En estos tiempos, el cristiano debe recordarle al Alma la Cruz, y lo que sucedió allí. El Alma es la que se puede desviar y perder; Ella es la que terminaría en el Seol, no es el espíritu ni el cuerpo. El espíritu retornara a Dios y el cuerpo regresara de lo que fue formado – la tierra. Cuando oramos, intercedemos por las Almas para que Estas se salven, ¿verdad? Cuando evangelizamos, le hablamos a las Almas para que conozcan a Cristo.
Aprendamos y practiquemos hablarle al Alma. No solamente a la nuestra, sino también a los demás. Nuestro espíritu se fortalece cuando nos congregamos y juntos adoramos a Jesucristo. Mientras que el Alma se edifica, aprende y se forma a la medida que desea el Padre, la de Cristo.