“Y murió Eliseo y lo sepultaron. Y las bandas de los
moabitas solían invadir la tierra en la primavera de cada año. 21 Y cuando estaban
sepultando a un hombre, he aquí, vieron una banda de merodeadores y arrojaron
al hombre en la tumba de Eliseo. Y cuando el hombre cayó y tocó los huesos
de Eliseo, revivió, y se puso en pie” (2 Reyes 13:20-21).
Que hermoso seria vivir una vida que aun nuestros huesos estén ungidos; una
vida de separación y santidad que Dios use para manifestar Su Gloria. Leyendo la vida de Eliseo y los milagros Dios hizo por él, deberíamos desear
apartarnos y que el Padre haga de nuestra existencia Su corona; olor fragante y
vaso agradable. Esto no es envidiar, sino desear ser como estos hombres de Dios
que se negaron a sí mismos dedicando sus vidas para servir y agradar a
Dios. Hombres y mujeres que sacrificaron sus deseos personales e individuales
para el bienestar de otros; de algo más grande que ellos mismos, el Reino de
Dios.
Si tomamos decisiones de tal significancia,
Dios puede usar nuestras vidas, así como uso a Eliseo, Elías, Abraham, Moisés,
Juan el Bautista, Pablo, etc. Ellos participaron en el plan del Reino Celestial
por su fe, obediencia, firmeza y dedicación; estos le creyeron al Dios de
Israel y a Jesucristo.
Cuando anhelamos ministerios como estos hombres
de Dios, tenemos que ser siervos que desean las cosas del Reino Celestial, y si
entendiéramos el secreto de ver el Reino de Dios activo en nosotros en la
tierra, nos entregáramos a la sujeción del Espíritu Santo deseando complacerle
a Él y no a nosotros. Pablo pronuncio “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí”
(Gálatas 2:20).
Estos hombres y mujeres llegaron a ver la
gloria de Dios y Su manifestación en medio de la humanidad por su sumisión. Deseamos
ver la gloria de Dios, pero no queremos pagar el precio que esto requiere. Negarse
a sí mismo es difícil en un mundo que busca su propio bienestar y gloria. Si el
cristiano entendiera el secreto del Reino Celestial, dejara todo por él. Así
como hizo el hombre que encontró un tesoro y compro el terreno, ya que era
valioso. Solo él sabía del tesoro que existía, y dio todo por conseguir ese
terreno; vendió todo para adquirir la finca. Si solo entendiéramos el valor del
Reino Celestial, dejaríamos y entregaríamos todo por conseguirlo.
Decidamos tener vidas que dejen huellas en los
corazones de aquellos que el Padre Celestial nos ha permitido tener algún tipo
de contacto y conexión. A lo mejor no observemos cambios inmediatos, pero pueda
ser que la semilla plantada y el testimonio evidente ayuden, en un futuro, en
la convicción del Alma de esa persona. Que la fidelidad a la Fe que hemos
creído toque el corazón de nuestros familiares y estos recuerden y testifiquen
como nuestro vivir influencio sus vidas.
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