Sunday, November 28, 2010

Pecar Es Una Decision

 “Someteos, pues, a Dios; resistid al Diablo, y huira de vosotros” (Santiago 4:7). El apetito a los placeres del mundo es un apetito natural. Este se origina de nuestra naturaleza original. Esto no quiere decir que tenemos licencia a placernos de esos apetitos. Su origen no le deduce el concepto de que es un apetito desordenado, puesto que esta contra la orden de Dios. Al hombre natural se le imposibilita acatar y obedecer las ordenanzas de Dios. “Esto solo se discierne con la mente espiritual” nos dice las Escrituras. El hombre natural no puede tener amistad con Dios porque no puede entender las cosas de Dios. Las verdades celestiales solo se disciernen en el espíritu y si andamos según la carne no las podremos entender. Las Sagradas Escritas nos dicen al respeto: “Porque el que tiene amistad con el mundo se constituye enemigo de Dios.” Se constituye enemigo de Dios porque el mundo, aunque creado por Dios, quien gobierna es el diablo. Tenemos que recordar que el hombre le entrego poderío del mundo al diablo cuando peco en el Edén. El señor Jesucristo le rogo al Padre que cuidara de Su iglesia porque “están en el mundo pero no son del mundo”.  El reino de la iglesia está en los cielos no en la tierra. Por lo tanto, nuestra mente debe estar concentrada en lo de arriba, en el reino de Dios. Si nos hacemos amigos del mundo, nos estaremos haciendo amigos de satanás. Si nos hacemos amigos de satanás, estaremos bajo su dominio y viviremos en pecado. Aquel que vive en pecado se constituye enemigo de Dios. El que dice haber recibido a Jesucristo en su corazón como dueño y Señor de su vida, no puede tener amistad con el mundo. Cuando venimos a Cristo  adquirimos otra naturaleza, la espiritual. Esta naturaleza es la que debe reinar en nuestros miembros. Romanos 6:12 nos exhorta que no debe reinar el pecado en vuestro cuerpo mortal ni obedecer sus concupiscencias. Debemos ejercitar, cada día, nuestra nueva naturaleza para que el pecado no domine nuestros miembros. Muchas veces nos olvidamos a quien representamos en la tierra. Nos olvidamos que solo somos embajadores de Cristo en la tierra;  no podemos enamorarnos de ella ni de sus deleites.
Como embajadores y representantes de Cristo en la tierra, no debemos codiciar los placeres de este mundo. Nuestra mente debe estar enfocada en la comisión que Jesucristo nos dejó antes de elevarse  a los cielos para estar junto al Padre: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio…” Tenemos una comisión que cumplir en la tierra. Tristemente,  el amor al mundo y sus deleites nos han distraídos para que nos desenfoquemos de esa comisión. Pero no tan solo el amor al mundo y sus deleites nos han distraído sino también los afanes de este siglo y el engaño de las riquezas. Todas estas codicias nos ahogan y nos hacen olvidarnos de la Palabra de Dios y sus ordenanzas. Cuando esto sucede, ya la Palabra de Dios no es la lumbrera-“la lámpara”- de nuestro camino y comenzamos a tomar decisiones con nuestra mente racional; la Palabra se hace infructuosa en nosotros. Santiago nos habla en su capítulo uno que debemos soportar la tentación, resistir la prueba y no ser atraídos por el mal. El autor establece que Dios no tienta a nadie “sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (v. 14,15).  El enemigo de nuestra alma anda como león rugiente tratando de incitarnos a ceder al pecado (1 P 5:8). Él está sentado esperando que el creyente pierda su testimonio para alegrarse y burlarse de Cristo (entendamos que cuando perdemos nuestro testimonio como cristianos, en realidad estamos testificando negativamente del evangelio de Jesucristo; el evangelio es afectado cuando un cristiano falla. Acordémonos de la escritura que dice que muchos no vienen a los pies de Cristo por culpa de nuestro testimonio y que mejor le hubiera caído una piedra encima que haber hecho caer algunos de esos pequeñitos –parafraseado). Cuando cedemos a nuestra concupiscencia, inmediatamente surge la muerte espiritual. Santiago 1:13-15 nos dice “cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni el tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.
Satanás ha estado ganando terreno entreteniendo al creyente en cosas terrenales. Mientras tanto, las almas se están perdiendo; la iglesia esta distraída en las cosas del mundo.  La iglesia de Jesucristo también esta entretenida en legalismo, títulos y membresías y se ha olvidado del propósito por el cual Cristo murió en la cruz. Matthew Henry, interpretando los versículos arriba mencionado (Santiago 1:13-15), describe la concupiscencia como una mala mujer que seduce, concibe y da a luz (p.1827). El describe la psicología de la tentación con sus tres momentos de la siguiente manera:
A.      La Seducción, cuando la ocasión no es buscada adrede (pues eso no se puede llamar tentación), produce en el sujeto un movimiento indeliberado que todavía  puede ser resistido para salir así victorioso y aprobado. Como alguien ha dicho muy bien: Nadie puede impedir que un pájaro revolotee en torno a su cabeza, pero si puede impedirle hacer un nido en su cabello. Pero si el sujeto presta su consentimiento, la concupiscencia concibe, es decir, recibe dentro de si, según la etimología misma del verbo concebir, tanto en castellano como en griego y en latín. Comienza así el deslizamiento por el plano inclinado del pecado. Lo mismo que el embrión, el pecado tiene al principio un tamaño imperceptible; por ejemplo,  una mirada sensual,  a la que sigue una expresión halagadora; después, una notita o una llamada telefónica, y una cita…Comenzó la gestación.
B.       Cuando la gestación ha cumplido su tiempo (que, en esto, suele ser muy elástico), nace el pecado. No es que la gestación esté libre de pecado, pues, como observa J. Alonso: “Como el niño tiene vida antes de nacer, así también el pecado es una realidad aun antes de aparecer al exterior. Pecado aquí significa la serie de pecados de una vida apartada de Dios.”
C.       Llega, por fin, el momento en que el niño se hace adulto: el pecado es llevado a su consumación (a su madurez) y, ya en plena madurez adulta, comienza a trabajar y produce su fruto: engendra muerte, que es, al mismo tiempo, su salario (v. Ro 6:23). Salguero hace notar el contraste entre el proceso del pecado y el de la virtud ante las pruebas: “Las pruebas purifican la fe; la fe produce la paciencia; la paciencia la perfección, y la perfección es recompensada en el cielo. Por el contrario, la concupiscencia es causa de la tentación, esta engendra el pecado, y el pecado la muerte”.
“El pecado no es un simple hecho, es un proceso” comenta Monseñor Jorge Medina Estévez. En ese proceso somos alertados por el Espíritu Santo para desistir de esa corriente y regresar nuestra vista a lo santo, a Dios. Por consiguiente podemos afirmar y establecer que pecar es una decisión. La Palabra de por si nos advierte que vamos a ser tentados y vamos a tener pruebas, pero a la misma vez, La Palabra nos da las armas para vencer ambas situaciones y ser hallados aprobados por Dios. Entonces, ¿dónde podríamos decir que se genera el problema de pecar en el creyente? ¿Podríamos alegar que es en la falta de sometimiento a Dios; la falta de temor a Él; la falta de reverencia a Su Palabra; la falta de búsqueda de Él? Es muy importante identificar aquello que nos hace pecar continuamente. Aquello que le hemos otorgado más poderío que a Dios; que domina nuestra mente y nuestros sentimientos y que no nos permite tomar decisiones santas.
Concupiscencia, según lo define la enciclopedia Wikipedia, es la propensión natural de los seres humanos a obrar el mal, como consecuencia del pecado original.  El pecado original corrompió la naturaleza humana, hasta entonces inclinada al bien. El Diccionario de la lengua española define la concupiscencia,  en la moral católica,  como el deseo de los bienes terrenos y, en especial, el apetito desordenado de placeres deshonesto. Pero en su sentido más general y etimológico, concupiscencia es el deseo que el alma siente por lo que le produce satisfacción, deseo desmedido, no en el sentido del bien moral, sino en el de lo que produce satisfacción carnal. En el uso propio de la teología moral católica, la concupiscencia es un apetito bajo contrario a la razón. El objetivo del apetito concupiscente es gratificar los sentidos. “La enseñanza de la Sagrada Escritura acerca de la concupiscencia indica que es un desorden, que su origen está en el pecado, que contradice al espíritu, que no es en sí misma pecado, pero que induce a él, y que hay que sostener contra ella una dura y permanente lucha” (Monseñor Jorge Medina Estévez).  Al entender de donde se genera la concupiscencia, su etimología, es mejor no exponernos a lo que puede despertar nuestra mente concupiscente. Cada individuo tiene su propia debilidad y sabe de dónde “cojea”.  Por lo tanto, sería beneficioso evitar exponernos a esa debilidad. La Palabra nos dice en Efesios 6:10 que nos fortalezcamos en el Señor y en el poder de Su fuerza. En Mateo 5:27-30 Jesús nos habla que hacer con nuestros miembros malignos que nos pueden hacer caer. Debemos guardar nuestros sentidos y no entretenernos invirtiendo el tiempo fijado en apetitos de la carne. Es cierto que “todo lo podemos en Cristo que nos fortalece”, pero La Palabra nos ensena que evitemos las tentaciones. Debemos andar vestidos con las vestiduras espirituales para que el poder de Dios se perfeccione en nuestras debilidades y así vencer la concupiscencia. A las personas con adicción se les ensena el peligro de volver a los ambientes y personas con las cuales usaban si quieren mantenerse sobrios. También se les recomienda  a no exponerse a cosas tales que lo induzcan de nuevo a su debilidad, aunque se sientan fuertes. Esa es una fortaleza ficticia. En el momento que nuestra razón se contraria de la fe y verdad cristiana, inmediatamente debemos correr por nuestra vida, porque puede ser que la concupiscencia este tomando espacio en nuestra mente. Contrario a la concupiscencia esta la castidad, virtud, continencia, virginidad, decoro, honestidad, honradez, templanza, moderación, mesura y sobriedad.
1 de Juan 2:16 habla de tres tipos de concupiscencia: La concupiscencia del ojo; la concupiscencia del espíritu; y la concupiscencia de la carne, “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” Por el ojo entra la Seducción; por el espíritu el Engaño; y finalmente la carne da Concepción al pecado. La Palabra nos ensena que la visión domina la vida. Si miramos hacia atrás nos detenemos en el caminar cristiano (la esposa de Lot, Genesis 19:26), pero si miramos hacia Cristo seremos salvos (Números 21:9; Juan 3:14, 15). Nuestra mirada debe siempre estar enfocada en Cristo para dominar los ojos concupiscentes que nos atraen al mundo y sus deseos. La concupiscencia de los ojos lleva a la impureza (2 S 11:2-4; Job 31:1; Mt 5:28; 1 Juan 2:16). Si nuestra visión es terrenal sería una fuente de tentación como lo fueron para Eva en Genesis 3:6 que codició el árbol prohibido; para Lot en Genesis 13:10 cuando alzo sus ojos y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto, tierra que fue destruida por Dios, la llamada Sodoma y Gomorra; para Acan cuando miro en manto Babilónico y lo codicio y tomo. En Mt 4:8 vemos cuando el diablo quiso tentar a Cristo cuando lo llevo a un monte muy alto, y le mostro todos los reinos del mundo para que lo viera y lo codiciara. Si Cristo no se le hizo desapercibido al diablo, mucho menos nosotros. Debemos pedirle al Padre, como lo hizo David en Salmos 119:37, que aparte nuestros ojos, que no vean la vanidad; y que nos avive en Sus camino. Debemos orar siempre para que el Padre nos de visión divina, visión espiritual. Cuando miramos hacia Dios obtenemos inspiración y ayuda divina y percibimos la gloria de las cosas venideras. El mundo no nos atraerá porque tenemos nuestra mirada en lo de arriba, en Dios.  Dios nos ha dado la victoria sobre la concupiscencia en Cristo Jesús, en quien nuestra naturaleza natural es dominada. Por lo tanto, ¡tomemos mano a los instrumentos dado por Dios en Su Palabra y venzamos la concupiscencia! La decisión a pecar o no pecar... es nuestra!

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