¿Alguna vez has tenido que decidir si serle fiel a Dios o al hombre?
Creo que todos hemos pasado por esa situación, y me atrevo asegurar que unas veces vencemos y otras perdemos. Nuestras decisiones, en momentos drásticos, indican si amamos a Dios más que sobre todas las cosas. Nuestras decisiones determinan cuanto amamos a Dios! Cuando estamos llenos del Espíritu no vacilamos al tomar decisiones; sabemos que agrada a Dios. El sacerdote Esdras tuvo que tomar una decisión determinante para la salvación del pueblo de Dios. "Esdras hubo de imponer normas extremadamente rigurosas y dramáticas, como, por ejemplo, la expulsión de las mujeres extranjeras casadas con judíos" (9.1–2, 12; 10.3–4, 10–11). Esta decisión de Esdras creo disensiones y divisiones entre el pueblo, pero Esdras sabía que era la decisión mas sabia para apacentar la ira de Dios, y así poder volver a ver Su gloria. Jehová estaba enojado con Israel porque el pueblo se había unido con otras tribus - lo cual El le había dicho que no hicieran. El pueblo se había asociado con naciones paganas, casándose y procreando hijos.
A Dios no podemos servirle en nuestra propia capacidad ya que el hombre natural no puede captar las cosas espirituales. El hombre natural no tiene el interes ni la capacidad de servirle a Dios en espíritu y en verdad. Solo en el espíritu podemos entender las cosas espirituales. Aun cuando leemos las Sagradas Escrituras debemos rogarle al Espíritu Santo que nos guie en la lectura para asi poder entenderla y discernirla. El hombre natural es orgulloso, rebelde, por lo tanto, se le dificulta humillarse delante de Dios. Tenemos que vivir en el espiritu para poder tomar decisiones que agradan a Dios, aunque al hombre no le agrade.
El sacerdote Esdras vino delante de Dios humillado porque sabia que le habian fallado a El. Esdras se sentia impio delante de Dios y hasta levantar el rostro le parecia una falta de respeto a Dios despues de lo que el pueblo de Israel hizo:
5Pero a la hora de la ofrenda de la tarde, me levanté de mi humillación con mi vestido y mi manto rasgados, y caí de rodillas y extendí mis manos al SEÑOR mi Dios;
6y dije: Dios mío, estoy avergonzado y confuso para poder levantar mi rostro a ti, mi Dios, porque nuestras iniquidades se han multiplicado por encima de nuestras cabezas, y nuestra culpa ha crecido hasta los cielos.
Seamos humildes delante del Padre y confesemos nuestros pecados y los de nuestros familiares. Pongamonos en la brecha por nuestras familias y por la iglesia para que el Senor perdone sus iniquidades. Amar a Dios es respetarlo y reconocer que le hemos fallado. Reconocer Su Majestad y por lo tanto darle siempre reverencia, pero no solo con nuestros labios, sino tambien con nuestro caminar; con nuestra manera de vivir. Amar a Dios es negarnos a nosotros mismos, reconociendo que El es el Grande; el Gran Yo Soy!
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