Uno de los frutos de la salvación
es la filiación en Cristo. Jesucristo formo una nueva familia, ¡la familia
cristiana! En la salvación también recibimos el ingrediente del amor ágape, un
amor sin condición ni restricción. Un amor que se interesa por el bienestar de
otros, piensa en el bien y gozo de los demás antepuesto al personal. Ese es el
amor que todo nacido de nuevo en Cristo debe poseer y mostrar. Este amor debe
ser una señal de todo cristiano. Testificamos de Cristo en nosotros cuando
mostramos amor ágape. La diferencia entre el Samaritano, el Sacerdote y Levita
fue la muestra del amor incondicional (leer historia del samaritano en Lucas
10:30-37). Al samaritano no le importó quien era el herido, lo que hizo que
ayudara al extraño prójimo fue el amor que llevaba dentro. Este no limito la
ayuda, al contrario, la extendió fuera de su vista. Este pudo haber entregado el
herido al doctor y desentenderse puesto que el herido ya estaba en buenas manos,
pero decidió ayudarlo hasta que obtuviera la sanidad completa. Si este samaritano, que no conocía de
Jesucristo y Su sacrificio en la cruz ejercía
el amor ágape, ¿cuánto más nosotros los nacidos en Cristo no vamos a mostrar y
ejercer ese amor?
Vivimos en un mundo que enfatiza la
individualización. Promulga la superación personal y motiva satisfacer el yo…engrandecer
el ego. Este da valor a las posesiones y por consiguiente valora al individuo de
acuerdo a lo que posee. Lo superficial (exterior) es lo que llama la atención y
lamentablemente muchos de los cristianos nacido de nuevo se han envuelto en ese
oleaje. Estos comentan que ‘La Salvación
Es Individual’ usando los pasajes bíblicos para justificarse (Ezequiel 18:20;
Deuteronomio 24:16). Este tipo de cristiano se preocupa muy poco de los demás y
si estos alcanzan salvación. Están ensimismados y usan esta frase para
justificar su conducta de no evangelizar ni defender la fe cristiana. Pero gloria
a Dios por el remanente que ha recibido sabiduría y revelación del Espíritu
Santo y está haciendo el trabajo de la comisión Jesucristo mando hiciéramos
(Marcos 16:15).
El pasaje bíblico en Hechos 3 muestra
el amor filial en acción, pero a la misma vez muestra el amor individual. Si leemos
este pasaje cuidadosamente entenderemos el mensaje espiritual que este brinda. Esta
es la historia de un paralitico que estaba adyacente a la entrada del templo
pidiendo limosna y la actitud de los que entraban al templo. “había un hombre,
cojo desde su nacimiento, al que llevaban y ponían diariamente a la puerta del
templo llamada la Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban al
templo” (v.2). Este
paralitico era llevado DIARIAMENTE a la entrada del templo…el templo donde los
feligreses iban a orar y dar culto a Dios!
Este paralitico pedía limosna a LOS QUE ENTRABAN al templo. Quizás se
postraba allí esperando que alguno tuviera misericordia y lo entrara hasta
adentro, pero siempre lo dejaban afuera del templo. Quizás algunos le echaban una
moneda, otros a lo mejor estaban cansados de mirarlo ahí siempre que iban al
templo y por lo tanto lo ignoraban y ya no le daban limosna. Quizás para otros
este era un problema y lo esquivaban y se iban por otra entrada del templo. Otros
quizás lo juzgaban y le decían que por su pecado estaba paralitico. Podemos deducir
varias opiniones, pero la verdad es que este hijo de Dios era omitido/desentendido
por sus mismos hermanos; por su propia familia en la fe. Ninguno de los que entraban
al templo fijó sus ojos en él.
Pedro y Juan hicieron la
diferencia. “cierto día Pedro y Juan subían al templo a la hora novena, la de la oración. 2 Y había
un hombre, cojo desde su nacimiento, al que llevaban y ponían diariamente a la
puerta del templo llamada la Hermosa, para que pidiera limosna a los que
entraban al templo. 3 Este,
viendo a Pedro y a Juan que iban a entrar al templo, les pedía limosna.
4 Entonces Pedro, junto
con Juan, fijando su vista en él, le dijo: ¡Míranos! 5 Y él los miró atentamente,
esperando recibir algo de ellos. 6 Pero Pedro dijo: No tengo plata ni oro, más lo
que tengo, te doy: en el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!
7 Y asiéndolo de la
mano derecha, lo levantó; al instante sus pies y tobillos cobraron fuerza,
8 y de un salto se puso
en pie y andaba. Entró al templo con ellos caminando, saltando y alabando a
Dios. 9 Todo
el pueblo lo vio andar y alabar a Dios, 10 y reconocieron que era el mismo que se sentaba a
la puerta del templo, la Hermosa, a pedir limosna, y se llenaron de
asombro y admiración por lo que le había sucedido.
¿Cuantos hermanos en la fe existen paralíticos
y nadie le ayuda? Ninguno fija sus ojos en ellos ni le da la mano para
ayudarlos a pararse y recobrar fuerzas. Esas fuerzas que necesitan para entrar en
el templo y gozarse y regocijarse en Cristo. Esos hermanitos que siempre están pidiendo
oración por lo mismo a veces le son de molestia a muchos, y aquellos que no
llegan a la iglesia son olvidados y se le cataloga como rebeldes. Porque mejor no
hacemos como hicieron Pedro y Juan, darle a esos hermanos la mano para que sean
sanados, restablecidos y puedan gozarse en la salvación Cristo Jesús les dio. El
amor ágape filial nos lleva a preocuparnos por los perdidos, los descarriados,
los enfermos, los encarcelados, los abusados, los abandonados, todos aquellos
que de una forma u otra están paralíticos y no pueden entrar en el templo por sí
mismos. Pedro y Juan le dieron a ese paralitico lo más preciado que tenían, a
Cristo! Nosotros también tenemos a ese Cristo que Pedro y Juan tenían…Vamos a darle
a Cristo a esos paralíticos y entrarlos a Su Reino!
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