¿Alguna
vez te has encontrado sin fuerzas para seguir peleando la “buena batalla” y
solo deseas rendirte? ¿Te has sentido sin esperanza y no ves el Señor trabajar
en tu circunstancia? ¿Alguna vez te has dicho que la vida no tiene sentido
alguno? No te sientas mal. Eres uno de
miles de cristianos. Esto no es indicación de falta de fe o intimidad con Dios.
Eso se llama humanidad. Esta muchas veces controla la mente y hace que se nos
olvide quien somos en realidad. Normalmente surge cuando quitamos la mira de
arriba (cielo) porque lo de abajo (tierra) comprende gigantesca presión. Esto tampoco
significa que no confiamos en Dios. Es solo una de las facetas de vivir en un
cuerpo restringido. ¡Qué bueno seria desforrarse del cuerpo y ser solo espíritu
en momentos donde la carne pesa!
El
dolor del alma afecta el cuerpo. Cuando un alma esta herida es reflejado en lo físico.
El ser humano es un Alma que tiene Espíritu y vive en un Cuerpo. Por eso Cristo
vino a salvar y sanar Almas, no cuerpos. Esto no quiere decir que este (cuerpo)
no tenga soberanía sobre muchos hermanos en la fe. Existen considerables versículos
bíblicos que indican el poder la carne ejerce sobre muchos creyentes; estos son
esclavos del cuerpo y sus deseos. El libro de Romanos refiere este problema elocuentemente.
Otros libros que mencionan este asunto son Corintios, Santiago etc. 1 Corintios
9:27 comenta: “Sino que golpeo mi
cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo
sea descalificado.”
El predicador insta esclavizar el cuerpo, entendiendo que de otra manera este
esclavizara al que vive conforme a él.
El dolor del alma, cuando es inaguantable, puede producir un
inmenso desaliento, a tal punto que el espíritu se deprime, dando cabida al
cuerpo para que actuara y esclavice. Este desanimo debe ser contrarrestado inmediatamente,
evitando que llegue a tal magnitud. Por eso es necesario estar conectado con el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para que en momentos de dolor de alma el Espíritu
dirija la mente a La Escritura. La Palabra de Dios es lámpara y lumbrera en
tiempos de tinieblas mentales y turbulencias emocionales.
No existe
mejor ungüento en tiempos de aflicción que la misma presencia de Dios, hablando
y ministrando Paz, Gracia y Misericordia. La voz del Espíritu es un bálsamo que
refresca y alivia, sanando heridas y fortaleciendo el espíritu. Esta voz puede ministrar
mediante la lectura de La Escritura, por un versículo bíblico o historia bíblica.
También puede llegar mediante una predicación de La Palabra, o un hermano en la
fe hablando en el Espíritu (profecía, testimonio, etc.) La voz del Espíritu
sana toda dolencia del alma. Cuando el Alma está sufriendo, ella lo que desea
es inmediata sanidad, no importando lo que cueste para conseguir ese alivio. Esta
insta al cuerpo actuar inmediatamente. Un cuerpo no esclavizado por el Espíritu
escucha la voz del Alma, pero aquel sujeto al Espíritu la domina y controla. Porque
Dios nos ha dado espíritu de dominio propio, y en Jesucristo todo lo podemos
porque el Espíritu nos da la fuerza. Siempre y cuando andemos en el Espíritu,
la voz del Alma no nos controlara y los deseos de la carne serán neutralizados
y cancelados en el nombre de Jesucristo. En el cual somos más que vencedores!!!
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